25.11.09

Ese fantasma llamado Soberbia.

24 de Noviembre de 1996. 27 años. Hace ahora 13 años mi vida comenzaba a ser una broma cáustica del destino.

Una profesión diabólica que yo mismo había escogido me llevaba a compartir el 90% de mi tiempo con personas a las que nunca elegí para hacerlo. Había días en que cuando salía de casa mi hijo estaba durmiendo y cuando llegaba seguía haciéndolo. Durante semanas enteras toda mi relación con él fue verlo dormir antes y después de mis maratonianas jornadas laborales que incluían 6 visitas a la oficina-bar y otros tantos carajillos para despachar con clientes, almuerzo y comida de trabajo y algunos días también cena, prisas y premuras, pagos pendientes, llamadas del banco, búsqueda de fiadores, ruegos de clemencia, aplazamientos, reinventarse constantemente, uso y abuso de amigos…

Y sin embargo, allí dentro de aquel tornado yo creía que era feliz. Todo aquello era sencillamente el precio a pagar por conducirme según mis creencias y mis ideales. Me equivocaba. Las creencias y los ideales debieron haberse quedado en la adolescencia. La vida no era aquello y yo ya había leído y vivido —y me lo habían explicado— lo suficiente como para haberlo sabido. Sin embargo seguía y seguía, con empecinamiento, convencido de que, de repente, un día todo daría un giro de 180º.

De vez en cuando despistaba unas pesetillas de la caja y un rato de asueto para alargarme hasta el Dia y llenar la despensa del tomate frito más barato, las frankfurt más baratas y los espaguetis más baratos. Durante meses todos los hidratos de carbono que entraron en la casa fueron obra y gracia de la desprendida generosidad de mi suegra.

Entre tanta infamia, de tanto en tanto, no había más vía de escape que huir a las entrañas de la noche con algún buen amigo a disertar, junto a copas de alcohol barato, sobre el rumbo de los acontecimientos. Y aún encontraba tiempo, encima —¡manda huevos!—, para tratar de enderazar la vida de algún otro que yo consideraba que se torcía por caminos poco recomendables. Recuerdo, por ejemplo, las largas conversaciones con A., un yonqui condenado a serlo por el destino y, sin embargo, un luchador infatible que me merecía toda la admiración… pero cayó.

Hace tiempo que tengo la certeza de que no fue así, de que sencillamente en la vida se cometen errores y ya está, pero un año después, cuando me separé, llegué a pensar que tal vez sin el calor del infierno en que habitaba, las cosas hubieran podido ser distintas para mi vida conyugal.

Y de repente, cuando había hecho un esfuerzo sobrehumano por volver a poner algunas cosas en su sitio, cuando empecé a atisbar que tal vez yo no tenía razón en todo, cuando vislumbré que mi energía no era inagotable, sobrevino un abismo.

El del caos más absoluto. El de la convicción que era el caos que yo había elegido con algunas decisiones equivocadas. El abismo de saber que todo era culpa mía y sólo mía.

Es difícil expresar con palabras cómo era aquel abismo. ¿Han tenido alguna vez la sensación de que sus cuerpos no obedecen a sus mentes? ¿Han sentido ese vértigo? Yo lo sentí. Había creído firmemente que mi energia vital era infinita, en el enésimo ejercicio de soberbia, y sin embargo la naturaleza, el destino, un dios —vayan ustedes a saber— me miraron a los ojos y me dijeron que no.

Y una mañana sucedió: mi cuerpo no obedecía a mi mente. Y pasé una larga y sufrida penitencia por todos mis pecados. 15 días de hospital y meses de convalescencia. La vida quiso ofrecerme una segunda oportunidad. Tuve suerte. Volvió el tiempo de los amigos de verdad, de la familia, de destinar horas a ver crecer a mi hijo, de recuperar las propias inquietudes —que no eran obviamente ni el trabajo ni sus vías de escape—. Renació un hombre que ahora, por fin, tenía alguna cosa que ofrecer. Alguna cosa de verdad. Y también apareció M., que le hizo volver a creer en él mismo y fue su sostén durante años.

27 años. Punto de inflexión. Días y días perdidos. Meses perdidos. Para mi hijo, para mi y para el mundo. Sí. Perdidos. No hacía falta todo éso para aprender que la vida puede ser una gran putada, que hay que ser precavido con las decisiones que se toman, que hay que valorar justamente cada brizna de amor que nos regala.

Cuando vean el fantasma de aquel hombre —que por ejemplo fui yo— huyan despavoridos.

Ese fantasma se llamaba Soberbia.

[Afortunadamente hay personas que saben ser maravillosas con 27 años]

APÉNDICE DE PECADOS CAPITALES Y CASTIGOS EN EL INFIERNO.

Pecado Castigo en el infierno
Lujuria Asfixia en fuego y azufre.
Gula Forzado a comer ratas, sapos, lagartijas y serpientes vivas.
Avaricia Colocado en aceite hirviendo.
Pereza Arrojado a una fosa con serpientes.
Ira Desmembramiento.
Envidia Sumergido en agua helada.
Soberbia La rueda

8 commenti:

morena ha detto...

¿Y no es si no el abismo ese camino hacia el punto de inflexión, que usted comenta, para darse cuenta de que no tenemos ni puta idea de nada y empezar a replantearse la vida de uno mismo, con un punto de vista mucho más pausado? (Necesario entonces para crecer)

Vértigo, todo el del mundo, usted ya sabe.

Enhorabuena por ese renacer, que me consta, mereció la pena.

Forlati ha detto...

Benvolguda i discretíssima Morena: ¡que tot açò és ficció i qualsevol semblança en la realitat és pura coincidència! Se la besa……

morena ha detto...

Ale pues un post muy bonico el suyo, ¿eh?

ya van dos, jaja

jonceltic ha detto...

..pues te quedó brutal

Anonimo ha detto...

bonito post. un abrazo

BT

Anonimo ha detto...

bonito post. un abrazo

BT

mangola ha detto...

tot du un camí, ixe camí sempre du un ritme .

mangola ha detto...
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