Óxido granota

Cuando pasaba cerca del estadio del Llevant UD notaba picoretes en el estómago. Algo parecido al amor. Así fue durante décadas. Ahora el amasijo de pilares roídos, de mallazo oxidado, de fachadas pintadas con parches de colores son una cruel de metáfora del lugar en el mundo en que ha situado Pedro Villarroel a unas decenas de millares de granotes.

Durante años el embate de unos dirigentes engolados que despreciaban a la afición no consiguieron que anidara el desánimo en la parroquia granota. Ni en Segunda, ni en Segunda B ni en Tercera. Pero si a éso añadimos el culebrón de despropósitos y locuretes del último año y pico, y especialmente de este verano, el órdago parece excesivo. No merece la pena hablar más de ello. El guión de los acontecimientos ha sido tan previsible que nos ha instalado en el tedio.

Y la respuesta a la vista está: decenas de millares de granotes en el sofá de sus casas viendo la estrena liguera por la tele, dudando entre la resignación, el determinismo o el malditismo. Sufriendo en silencio dentro de un tunel en el que no se adivina el final.

Triste historia de fútbol la que ha escrito el ínclito Villarroel. Estará satisfecho viendo la gradería vacía de Orriols.

Y aún así parece que un conjunto hecho de retales acabados de llegar se empecina en devolver un pellizco de ilusión. Tal vez dentro de 45 minutos el Llevant haya operado la machada de vencer al gallito de la categoría, si sigue jugando como en la primera parte. Dicen que Dios aprieta pero no ahoga.