Virginidad

Virginidad, por Forlati.

Al volver del colegio su hijo se ha sentado a su lado en el despacho, con su cara de haber suspendido tres exámenes seguidos —no aprueba Lengua ni a tiros, pero conoce a los que juegan, y también a los que no, del Olympique de Lyon—. La entradilla ha sido la clásica de las grandes ocasiones:

— Pare, tengo que contarte una cosa.
— Venga, desembucha.

Ha alargado la tensión con un silencio temoroso, mirando al suelo. Ha alzado los ojos y le ha dicho:

— Ya sé que sólo tengo trece años, pero he perdido la virginidad.

Ha aguantado diez segundos las carcajadas. Suficientes para que al padre el rostro se le pusiera del color de la cal. Y ha estallado. Aún resuenan. El padre también se ha reído, claro, con ese tipo de risa a medio camino entre el desahogo, los nervios y el pánico.

Por un momento ha sentido un paternal orgullo por la magistral interpretación del hijo, pero después ha pensado que, en realidad, el muy cabrón, sólo está allanando el terreno.

"Siente cerca el momento —o tal vez sólo lo fantasea continuamente— y me tantea", ha pensado el padre.

Con la mandíbula aun batiente, se ha aventurado a justificarse:

— No, se me ha ocurrido porque cada vez que vuelvo del colegio y pasó por las gitanas, me miran el paquete con descaro.

Tal vez el padre no tendría que haberle reído la gracia. Pero es uno de esos momentos en que todo tutor se pregunta "¿en qué Universidad impartían la titulación de cómo ser padres?".

Fin.

PS Que a nadie se le ocurra en los comentarios dar alas a los niños, que éso les falta… y yo tengo uno de la misma edad. Y especialmente que no se le ocurra a las mujeres. Veo muy capaz al mío de mojar las sábanas, como consecuencia.