És millor ser guapo…

El miércoles comí de una forma infame. Los espárragos trigueros estaban cortados y guardados en una cámara desde hacía una eternidad y una vinagreta desacompasada trataba de disipar el sabor. La tarta parecía de cartón piedra y en la boca tenía la textura de una bola de frontón. El café —ya saben, descafeinado de máquina, tocado de Terry, pero no carajillo, en taza de café, bla, bla, bla— no sabía mal. Ahí se acabó la infamia del mediodía. Y del día. En el menú.

La terraza era tranquila y deliciosamente primaveral.

Y la compañía de pelo castaño y vívidos ojos azules.

Quiero creer que los 40 son la primavera y no el otoño de nuestras vidas. Ya saben algunos de ustedes que soy de natural optimista. Conversaciones con la complicidad, la sinceridad y la profundidad como la que compartí durante la infausta comida me reafirman en que, seguramente y siempre que la salud nos depare una larga tregua, lo mejor está por venir. Hay un síntoma más que lo delata de forma inequívoca: la capacidad de sentirse feliz con la felicidad y la inmensidad de un amigo, que en realidad sólo es un proyecto eterno de amigo, que no es poco.

"És millor ser guapo" fue la frase del día. Para mí el hombre que tenía enfrente a mediodía el miércoles, con sus caracajadas y sus ojos vidriosos, era, sin embargo, el más guapo del mundo.

Por la noche además tuvimos Cretina Comèdia. Una Cretina no tan ingeniosa como en otras ocasiones y no obstante, precisamente por ello, maravillosa. Cuando no hacen falta grandes dosis de ingenio para sentirse famiglia de unas personas a las que has conocido tan sólo hace unos meses, es porque algo anda extremadamente bien.

Más allá de los abrazos y las muestras de cariño, volví a casa, ya avanzada la madrugada, con una singular sensación de éxtasis, gratitud y orgasmo.

Y ahora, ya saben, chupémonos las pollas.