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27.5.08

La Isla



Sustancialmente «La Isla» de Kim Ki Duk no es tan distinta de «Les amants du Pont Neuf». La analogía es de catón: uno de los personajes ha tocado fondo, se refugia con su existencia a cuestas en un rincón perdido del mundo. El otro personaje también había tocado fondo mucho antes y, con el callo en su corazón, ha aprendido a sobrevivir sin más que ese atávico hierro candente. El del callo se enamora del suicida. Porque sí o tal vez para hacer apostolado de la supervivencia.

Ambas historias de amor son extremas —amor fou, que dicen los franceses, ¿le suena Vicè?—. Ambas son tablas de salvación y por ello suscitan en el espectador un debate sobre la naturaleza del amor, sobre las circustancias que lo propician, sobre su existencia real, incluso. Nada es ajeno a las circustancias. Tampoco el amor. Obviamente. El hombre es sus circustancias. También la mujer, claro.

El amor se consolida o se rompe cuando las circustancias que lo propiciaron se desvanecen. A veces el amor se rompe y le sigue una inercia que bebe de la comodidad y de la resignación.

Y eso es así en un Pont Neuf que cruza el Sena en París y que está cerrado por obras. Y también en las casitas flotantes de un lago en Corea del Sur.

Más allá de todo esto, está el arte y la poesía. Eso lo ponen Leos Carax y Kim Ki Duk. De forma magistral.

Hasta el domingo, que volví a ver La Isla años después, no había reparado en los paralelismos entre estas dos obras maestras. Recomiendo fervientemente ambas a quienes no las hayas visto. Sostiene Forlati que después de verlas se ama mejor. Pero tampoco me hagan demasiado caso.