19.2.10

Angresola y la primavera.




Si aun queda alguien que viene a deleitarse con los olores que emanan de este mercado, le recomiendo que se deje caer por el invierno de Angresola.

"Los hombres ambiciosos no suelen escapar a la tentación de utilizar el poder para controlar y manipular a sus semejantes; los hombres inteligentes se contentan con ser capaces de diagnosticar sus estados de ánimo" afirmaba Carls Berg en su ópera prima La tentación cotidiana (Helsinki, 1909).

El invierno nos ha sumido en un estado cabizbajo permanente, como a Albert Camus en aquella estampa célebre en que apenas se le ve el cigarro cayendo de la comisura de sus labios, agazapado entre las inmensas solapas del gabán, apesadumbrado por la fina lluvia (o la noche, tanto monta) de París, con el alma y la mirada contraídas ante el peso de… ante el peso.

Se vocifera en cada esquina de Velluters, en el banco a la sombra de la campana de l'Unió en la Plaça dels Furs, en una mesa nocturna con sobredosis cosmética en el Negrito, con un sol frío y tímido en la terraza de la Boatella —hasta la colombiana perdió el gracejo—, en un almuerzo de octogenarios junto a las últimas barcas de la playa del Cabanyal, en las gradas de Orriols, en El Corte Inglés —que ya no es un océano de permanentes surfeantes un miércoles tarde—, al otro extremo de la línea de teléfono cuando Tur ya no saluda con su habitual efervescencia revolucionaria.

En las barras de bar, en los almuerzos de polígono industrial, en las redacciones de las revistas culturales —¿quedan?— se evocan las imágenes más recurrentes: osos polares que hibernan, boas que hacen la digestión en su madriguera durante meses, el ejército en los cuarteles de invierno, gastadores compulsivos que dan las primeras muestras de apretarse el bolsillo.

Invierno, recesión, sombra, oscuridad, tinieblas.

Se vocifera en cada esquina: que vuelva la primavera y podamos sacar las últimas monedas del cerdito para tomar cervezas en las terrazas y cubatas en las noches, que vuelvan los escotes y los arroces en el Paseo de Neptuno o en Pinedo, que lleguen los primeros baños en el mar, que se intuyan el verano y les graelles, que regresen la manga corta y los bronceados Zaplana, que salgan las chanclas y los mojigatos del armario, que vuelvan a mezclarse los sudores, las sábanas y los cuerpos, que retorne la alegría de gastar a manos sueltas, ricos y pobres…

Pero ¡maldita sea! No me negarán que jode esto de desear que pase el tiempo. De desearlo. Y tanto que jode. Toda la vida impostando palabras y frases para tratar de ensalzar la lluvia y el frío y el calor del hogar y las mantas y los abrigos y los abrazos en la noche fría, toda la vida funambuleando para vivir nuestra alegría ajenos a la metereologia climática, social, cultural o política, para que llegue el puto cambio climático y nos lo eche todo por la borda. Manda huevos.

Nunca me gustó arrancar hojas del calendario. Al hacerlo, siempre me asaltaba la sensación de no haber hecho lo suficiente, de no haberlo pasado todo lo bien que quería, de no haber sentido con toda la intensidad que deseaba. Insatisfechos que lo queremos todo y lo queremos ya. Sin embargo es una obligación sagrada exprimir cada minuto. Y una virtud necesaria para los que no viven instalados en la necedad y la resignación.

Por éso este año todo es tan extraño —buen ripio, lo dejo—. Por eso la pesadez estomacal de un invierno hostil y tristón viene aliñada con la salsa agridulce de desear que pase el tiempo, que acaben las tinieblas y que apunten ya los primeros rayos de la primavera. Sabios hombres y mujeres los que inventaron las fallas para quemar todo el serrín húmedo de las carpinterías y la madera apolillada del invierno y recibir la luz con hogueras, tracas y música.

"Los hombres inteligentes se contentan con ser capaces de diagnosticar sus estados de ánimo" afirmaba Carls Berg. Abran una cerveza bien fría y bébanla leyendo el post de Angresola. Porque así es él. Home de sentències. Sentències que sólo están al alcance de aquellos capaces de diagnosticar el estado de ánimo de un grupo que cena en Paparazzi, de un panoli que vivió con estupor los ingenios y cambios sociales que asaltaron las ciudades en el primer tercio del s. XX, o de toda una ciudad entera afectada por la tristeza de un invierno especialmente crudo, oscuro y tenebroso. Así es Angresola. El tio Sentències, el doctor House, el lince de Dr. Collado.

Ya queda menos. Conquistemos las calles de la ciudad con nuestra verborrea insaciable, con nuestro ingenio y nuestras sentències, con risas y mogigangas, brindemos por la luz del mundo, bébamos hasta caer de culo, movamos las caderas con mayor o menos acierto, acodémonos en las barras como si estuviéramos contra las cuerdas de un ring, escupiendo sangre al público, sin perder la sonrisa cínica, riámonos de la crisis y de su puta madre. Llega el tiempo de escotes y baños en el mar. ¡Vixca Carls Berg! ¡Vixca Angresola! ¡Vixca la Cretina Comèdia!

1 commento:

¡LLUEVE REVOLUCIÓN! ha detto...

¡adoro el invierno: bufandas de rayitas, abrigos de colores, medias de cuadritos, zumos de naranja a tutiplén, chocolate caliente a la menta, un poquito de sol sin exagerar, días de paragüas pop art, lluvia Sturm und Drang y nubes sobre las que surcar todo el cielo valenciano...en fin, que el paso de las estaciones y la relación con el ánimo es sólo un estado mental! que nos os engañen!jajajaja (qué poético me queda todo con unas copichuelas de peppermint a mi vera: todo un alegato a la ilusión y felicidad atemporal)
Chuiks cloc cloc, como suenan los cubitos el caer dentro del vaso