Soy un mal español…

No me alegro. Es más: detesto el pase de España a la final. 

Ni me quejo de lo que cobrarán de prima; ni practico el independentismo; ni soy antiespañol; ni siquiera me apuntaré a la teoría del pan et circus, de la cortina de humo.

Y sin embargo no me alegro. Es más: hubiera brindado por la victoria de Alemania ayer, la de Paraguay antes, la de cualquiera que hubiera evitado este "sueño"… Un brindis con prudencia, sin alharacas. Sin necesidad de molestar, en su pena, a los amigos y familiares que sí se alegran.

Soy valenciano. La lengua y la identidad propias se mueren. No puedo sentirme  español de esta España que lleva siglos matando mi lengua y mi identidad. Podría sentirme español de otra España que no existe y tal vez no exista jamás.

Me da asco, sí asco, la explosión de júbilo —y sus símbolos— que asocia el fútbol con la idea de España que me aniquila como valenciano.

Este "sueño" de muchos no es fútbol. Es un paso más en la aniquilación gradual de los valencianos como pueblo. Un paso de gigante. La aniquilación de mis raíces más íntimas. Es una ecuación sencilla de comprender:

Más de esta España: más homegenidad: menos valencianidad.

Muchos de ustedes hoy se acuerdan de Villa, de Maceda, de Puyol, de Cardeñosa… Yo me acuerdo del conductor de autobús que me dijo "hábleme en cristiano", de todas las humillaciones sufridas bajo el yugo de las banderas que anoche inundaron las calles de las ciudades y pueblos valencianos.

Llámenme mal español. Yo les acusaré de malos valencianos.